martes, 20 de marzo de 2012

Saber perder, saber ganar

Tuve una conversación muy interesante hace unos días. Un amigo y yo hablamos de nuestras metas deportivas, hasta donde queríamos intentar llegar. Hubo un momento de la conversación en que empezamos a distinguir logros y actitudes. Mi amigo me decía que quería llegar a ganar algo, aunque fuera a nivel nacional. Pero lo que no quería, bajo ningún concepto, es llegar a creérselo en exceso. Victorias, si; prepotencia, cero. 

Cuando te introduces en el mundo de las competiciones, siempre te repiten aquello de: 

"No te preocupes, lo importante es participar" 

Te van preparando siempre para la derrota, para que sepas encajarla correctamente. Te animan para que, aunque consigas un mal resultado, no dejes de intentarlo. Te repiten una y otra vez que perder es aprender, que lo que hay que hacer es tomar nota de los fallos y corregirlos. No pasa nada, te has caído, vuélvete a levantar. 

Sin embargo, apenas te enseñan a ganar. Y en mi opinión, es fundamental, tanto como enseñar a perder. Es bastante común ver que, personas que antes formaban parte de un grupo, de repente, se sienten de un nivel superior. Te miran por encima del hombro, solo se unen a los que son como ellos, incluso parece que animar para que otros lleguen donde ellos sea algo que no les corresponde hacer. 

Se olvidan de que, para llegar a la cúspide de la pirámide, primero han estado en la base. Han sido del montón. Han necesitado a gente que los empujara. Parecen olvidar el apoyo que han necesitado en los momentos de flaqueza. Incluso dejan de recordar lo que les dolía no sentirse favoritos. Al llegar a la cima, olvidan que hay otros en el camino. 

Me apena esta actitud. Es triste tener que separar al nadador, al futbolista o al motorista de la persona. Profesionalmente han triunfado, pero personalmente caen cada vez mas bajo. Son personas realmente admirables, que han llegado a lo mas alto. Quienes dedicamos tiempo a las mismas actividades que ellos, tratamos de conseguir una décima parte de sus logros. Son nuestro ejemplo. Pero cuando, de repente, te encuentras con que para ellos eres tan poca cosa, cuando ves que no se dignan a dedicarte ni una palabra de ánimo, o si lo hacen, es la costumbre o para quedar bien, dejas de querer ser como ellos. 

Cuando vez a gente así, llegas a la conclusión de que la mayor victoria posible es la humildad. Al fin y al cabo, es lo que mas les cuesta mantener. Seguir siendo persona, por muchas medallas que luzcas en tu cuello. 

Los verdaderos ganadores cada vez escasean mas. Aborrecen el podio, una y otra vez están arriba. Pero, por lo visto, estar tan arriba les hace sentir que los demás estamos demasiado abajo. Un verdadero ganador sube, luce su trofeo y baja después para celebrarlo con los demás. 

¿Sirve de algo ganar si no tienes con quien celebrarlo? ¿Vale la pena renunciar a los elogios de corazón por una medalla? ¿ Hemos olvidado la responsabilidad que significa ser un ejemplo a seguir? 

Admiro a muchos deportistas. Gente a la que conozco personalmente y gente a la que solo veo por la televisión. Pero cuando les admiro, lo hago porque busco algo mas de lo que todos vemos a simple vista. Que sean gente amable, cercana, que sepa darte consejos, animarte. Me gusta sentir que me tienen algo de afecto, que me motivan a seguir luchando por mis metas. 

Por desgracia, cada vez son menos los que muestran su lado humano. Y a veces, incluso cuando lo muestran, hay intereses de por medio. Al menos, mostrarse de esa manera tan arrogante e interesada tiene una parte positiva: enseñan como no hay que ser nunca. Lástima que la idea era mostrar todo lo contrario. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario