jueves, 22 de marzo de 2012

Gracias a la vida

Vivir para conocer. Hasta que no te enfrentas a una realidad, no eres realmente consciente de lo que significa. En una entrada anterior, os hablé de la reacción de la gente cuando dices que no cambiarías tu situación de persona con discapacidad. 

Sinceramente, doy gracias a la vida, a Dios, al destino, a la suerte o a la Madre Naturaleza, a quien se las tenga que dar, por ser como soy. No cambiaría lo que he vivido por nada del mundo. Ni lo bueno, ni lo malo, mi vida está perfecta como está. 

Cuando conocemos las circunstancias de otras personas, que lo están pasando mal, que están sufriendo, además de compadecernos de ellas o intentar ayudarlas, tendemos a afirmar que nosotros y nosotras no podríamos vivir así, que esas vivencias nos superarían. Nos sobrecoge el solo hecho de que nos estén narrando su historia. 

Que no venga todo lo que seamos capaces de aguantar, dijo una vez una mujer en una tienda. Y tenia razón. En Trabajo Social hablamos de homeostasis, que es la tendencia a equilibrar nuestras vidas, aunque todo ande manga por hombro y patas arriba. Nuestra vida es una combinación de cambio y equilibrio. Tras la tormenta, viene la calma, tras un golpe, viene el momento de reponerse y levantarse. 

En mi vida he pasado por momentos muy duros. Pero de todos he salido, y de cada uno de ellos he podido sacar algo positivo. En general, me han servido para darme cuenta de que, aunque vivas constantemente como si jugaras a los barquitos, la vida te toca, pero no te hunde. Siempre hay motivos y razones por los que salir a flote. Las personas tenemos la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza, tenemos una fuerza interior que nos empuja a seguir adelante. 

Me considero una persona feliz. Paso momentos tristes, como todo el mundo, pero soy feliz. Y en parte, esta felicidad, aunque suene paradójico, se lo debo a los malos momentos que he pasado. Lo que no te mata, te hace mas fuerte, y yo sigo viva. He ido ganando fuerza poco a poco, y gracias a esa fuerza, los baches me resultan mas fáciles de superar. 

Mi discapacidad podría verse como uno de esos baches, como uno de esos golpes que te da la vida. Sin embargo, no lo veo así. Posiblemente porque este golpe lo recibí estando aun en el vientre de mi madre, no lo he percibido como tal. Quizá no haya sido consciente de ello. Mi discapacidad no ha sido una desgracia. Todo lo contrario, lo veo como algo bueno que me ha ocurrido. 

Ir en silla de ruedas tiene una gran ventaja. Te permite ver las cosas desde un punto de vista que las personas sin discapacidad no alcanzan ni siquiera a entender. Es a partir de este punto en el cual ya han surgido esos pequeños problemas de la vida. 

El colegio. Una de las mejores etapas de mi vida. Después de dejar el primer colegio, privado, fui a uno público, en el cual me aseguraron que mi discapacidad no seria un problema, ya que habían mas alumnos y alumnas con discapacidad. Al principio, a mis padres les daba mucho reparo llevarme allí. Era un centro que quedaba aislado del pueblo. Alrededor se veían algunas chabolas, y habían varios caminos que conducían a barrios marginales. Para mi sorpresa y la de mis padres, fue un centro increíble. Los profesores se volcaban totalmente con los alumnos, nunca estábamos desatendidos. Si faltaba alguien, nadie se daba cuenta, porque siempre había quien le sustituyera. Incluso la directora era profesora de Educación Especial y atendía personalmente al niño con mayor discapacidad del colegio. 

Uno de los argumentos que dan los padres sobre lo que quieren que aprendan sus hijos en el colegio es que, además de aprender matemáticas o lengua, quieren que aprendan a ser personas. Desde luego yo aprendí a serlo en mi centro. Desde los 7 años compartí varias horas del día con otras personas discapacitadas, con hijos de padres drogodependientes, niños adoptados, chavales que habían sido abandonados o desatendidos por sus padres...Es mas, rara vez me juntaba con otros alumnos y alumnas que tuvieran una vida considerada normal. Todos tenían una desgracia en su vida. Pero gracias a ello estuve mamando tolerancia, respeto y solidaridad durante varios años. Quizá la inocencia de mi edad me hizo ver a la persona, al amigo, por encima de todo lo demás. Aunque lo dudo, porque en el último año me pasó algo que ya marcaba mi forma de ser ante la gente "diferente". 

En 6º de Primaria, una compañera comenzó a sentirse rechazada por el resto de chicas de clase. Le daban la espalda, le hacían vacío, jugaban con sus sentimientos y luego lo contaban como si no estuvieran haciendo nada malo. Recuerdo que, cuando se habló el tema en clase, fui la única que me puse de su lado. No era justo lo que le estaban haciendo. Llegaron a hacerle sentir una molestia para el resto del mundo. Incluso la pobre niña, cuando quiso estar un recreo conmigo, me preguntó que si me molestaba, que si era así, se marchaba. Al acabar el colegio, ella se fue a un instituto distinto al de los demás. 

El instituto. Nos desplazamos al lado contrario. El peor lugar en el que yo podría acabar. Profesores que no saben tratar una discapacidad, una psicopedagoga que, por verte con discapacidad, te considera una persona sin posibilidades, una educadora que te trata como si dependieras de ella hasta para respirar. Horrible. Pero tuvo su lado positivo también, aunque no me di cuenta de ellos hasta que salí. 

Para empezar, que una vez mas mi grupo de amistades se formaba de gente con algun problema social. Eramos dos chicas con un poco de retraso mental, una chica que vivia en una chabola, otra con problemas de diabetes que acabó siendo objeto de burla de todo el mundo y yo. 

Por lo visto, para la psicopedagoga, no existíamos como grupo. En varias ocasiones a mi se me acusó de no relacionarme con la gente. ¿Acaso mis amigas no eran "gente"? Además, fuera del centro yo hacia otras cosas, como natación, donde gané a mis mejores amigos. 

Además, esta buena señora, daba por hecho que por tener una discapacidad o ser inmigrante, ya no eras capaz de sacarte unos estudios superiores. Recuerdo un día en el que, una de mis amigas, fue para que le informara sobre formación profesional. Le encantaban los niños. Quizá no estaba preparada para hacerse cargo al 100% de esos niños, pero lo que no se podía dudar era de su capacidad para cuidarlos, darles cariño y jugar con ellos. Pues bien, la psicopedagoga le dijo que se dedicara a la estampación de camisetas. O como mucho, a algo de informática, porque no era capaz de hacer nada mas. U otro ejemplo, una mañana en la que, una compañera de República Dominicana, fue a hablar con ella porque quería hacer bachillerato. En pocas palabras, le dijo que no servia y que se lo dejara. Al final consiguió llegar a bachillerato como ella deseaba. Y a mi, por supuesto, ya me hicieron abandonar la idea de dedicarme a la medicina o al deporte, porque claro, la silla y curar a personas es algo incompatible. Por suerte, años después, he descubierto mi vocación, que nada tiene que ver con mis planteamientos iniciales. 

Fue un centro en el que nadie apostaba por el alumno. Se veía la deficiencia por encima de la capacidad. Tú no sirves, no vales, deja los estudios. Era la cancioncilla que sonaba de fondo una y otra vez. No era que te asesoraban sobre otras opciones, directamente te hacían desistir y dejar de creer en ti. 

Como ya he dicho, la educadora me trataba como alguien totalmente dependiente. Lejos de trabajar conmigo para llegar a ser mas autónoma, se convirtió en mi sombra. Su obsesión era tal, que incluso cuando le dije que si necesitaba algo en clase, como bajar la mochila de la silla, ya le pediría ayuda a algún compañero o compañera, me dijo que no, que ella estaría en clase para eso. Ya no era que no me dejara aprender a hacerlo sola, sino que insistió en ser ella mi única ayuda. No me dejó aprender ni a pedir socorro. 

Fue el centro ideal para aprender que, lejos de lo que te digan, tu siempre tienes capacidades, siempre hay algo que puedes hacer muy bien y debes intentarlo. Tendrás a personas alrededor diciéndote que no puedes, pero esa conclusión solo debes sacarla tú después de haberlo intentado. Aprendí también que, desde el punto de vista profesional, se debe ver a la persona, no al discapacitado, ni a la chabolista, ni a la inmigrante. Solo a la persona y lo que es capaz de hacer con su vida. 

Ir en silla de ruedas, acudir a ese instituto...son situaciones que siempre tienen algo bueno que sustraer. Aprender a ver el mundo y a las personas de otra manera. La injusticia te duele mas, la marginación y la exclusión las entiendes perfectamente, el sufrimiento y la impotencia son sentimientos compartidos. Hoy, soy diplomada en Trabajo Social. No solo cuento con un curriculum. También cuento con casi 22 años de vida conviviendo con las realidades que, desde mi profesión, se intentan mejorar. Cuando alguien me diga que se siente desplazado, que siente que no puede participar, cuando me hablen de impedimentos, de necesidad de lucha, sabré a la perfección de lo que me hablan. Porque, además de estudiarlo, lo he vivido en mis propias carnes. 

Gracias vida, por los malos momentos que me has regalado, porque gracias a eso soy como soy. Una persona que tiene el optimismo por bandera, con una fe inquebrantable en mi misma, con ganas de luchar y defender a los que, como yo, han tenido que lidiar con situaciones dolorosas y personas incapaces de comprenderlas. Gracias vida, por hacerme fuerte y feliz, luchadora y comprensiva, paciente y perseverante. Por regalarme el don de la empatía. Gracias por estas dos ruedas. Porque además de ruedas, son dos ojos capaces de ver lo dura pero maravillosa que eres. 

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