martes, 7 de febrero de 2012

El otro lado de los barrotes

En uno de mis aterrizajes forzosos al mundo real, después de haber estado bastante tiempo con la cabeza entre los apuntes, vi como unos conocidos míos abrían un debate sobre la cadena perpetua. Por lo visto, Rajoy se ha pronunciado sobre el tema. 

A raíz de esto, se me ha ocurrido contaros una anécdota . No pretendo ni crear polémica ni haceros cambiar vuestra forma de pensar sobre esta cuestión. Pero quiero que conozcáis mi propia experiencia, una experiencia que, como mínimo, me hizo ver las cosas de otra manera. 

Cuando comencé la carrera de Trabajo Social, realicé un curso de voluntariado en drogodependencias, ya que era una problemática que me atraía mucho. El último día, voluntarios/as de varias ONGs y asociaciones venían a ofrecer su centro como lugar para hacernos voluntarios/as. Vino un hombre de una organización que yo ya conocía con anterioridad, por haber asistido a un acto benéfico de la misma, y como podía tener contacto con otros voluntarios conocidos, pues decidí entrar allí. 

Se trataba de una organización sin ánimo de lucro, cuyo fin era la inserción sociolaboral de personas que estaban o habían estado en la cárcel. Dicho así, podría dar la sensación de que esas personas podían dar bastante miedo, o como mínimo desconfianza. Pero no. La inmensa mayoría, para empezar, padecían tanto sida como cáncer al mismo tiempo. Su aspecto era notoriamente descuidado, cansado, castigado, por los golpes de la enfermedad y de la vida misma que habían tenido. Muchos tenían un gran historial de consumo de drogas, algo difícil de frenar allí, ya que era una residencia que les permitía entrar y salir cuando tuvieran ratos libres, con lo cual, cada vez que cruzaban la puerta, podían consumir. Se castigaba el consumo dentro de la casa,pero no fuera de ella.Sus modales no eran demasiado buenos, pero hay que tener en cuenta que en la cárcel, el "por favor" y el "gracias" no siempre son eficaces. Como ya he dicho, vivían allí, ya que muchos de ellos ya no tenían donde ir, sus familias habían decidido desentenderse de ellos. Se alojaban allí cuando salían definitivamente de prisión, cuando contaban con algún permiso, o, en el peor de los casos, aunque de los mas comunes, cuando entraban en fase terminal por sus enfermedades y se les concedía el derecho a morir en un lugar mas digno que una celda. 

Todos habían entrado en la cárcel por algún motivo. Pero nadie preguntaba nada. Alguna vez se escuchaba algún comentario sobre los años que habían estado dentro, o alguna vez hablaban sobre algo que habían hecho, pero rara vez la información era completa. Completabas la historia según tu imaginación o conocimientos te lo permitían. Para quienes dedicábamos tiempo a esas personas, eran precisamente eso,personas, seres humanos que en ese momento necesitaban alguna ayuda, sin ir mas allá en los malos actos que hubieran podido cometer. 

Me acuerdo de algunos de ellos, pero en especial me acuerdo de una mujer. La llamaré E. Cuando la conocí, E se encontraba sentada en un sillón, junto a otra voluntaria. Estaba fumando. Fumaba con mucha ansiedad, como si en lugar de ponerse el cigarro en los labios, lo pusiera sobre un aspirador que absorbe todo el tabaco de una sola calada. Se le veía nerviosa, malhumorada. Entre la otra voluntaria y yo intentamos que quisiera hacer algo, jugar a algún juego de mesa o charlar, pero a los pocos minutos se cansó, se levantó y se fue murmurando algo entre dientes. 

Me llamó mucho la atención su vientre. E estaba delgada, pero su tripa estaba muy hinchada. Parecía que estaba embarazada. Pensé en los problemas que padecería el bebé como su madre siguiera fumando de aquella manera. Como si no tuvieran ya bastantes problemas por la situación de aquella mujer. 

Al poco rato, me crucé con otra voluntaria. Me preguntó si ya había conocido a E. Afirmé, y empezó a contarme un poco su historia. E había entrado en la cárcel por pequeños delitos. No habían sido graves, pero eran suficientes para poder entrar en la cárcel. E tenia un problema muy grave con las drogas, era politoxicómana y además, a un nivel totalmente fuera de control. Había entrado en varias ocasiones en centros donde la trataban, pero, o había abandonado, o directamente se había escapado. El único lugar donde lograba controlarse era en prisión, así que lo que hacia era cometer delitos menores para que la encerraran, al menos un tiempo. 

Como habréis podido imaginaros, ese vientre tan abultado no era ningún embarazo. Tiene el vientre tan inflamado por sus hábitos de consumo de drogas. Había consumido tanto a lo largo de su vida, que su hígado había dicho basta y se había inflamado hasta ese punto. 

Se encontraba en la residencia de forma temporal. Su destino la llevaba, una vez mas, a un centro de desintoxicación y deshabituación. El éxito estaba muy en duda, pero había que intentarlo. Iba a ser difícil, muy complicado, ya que, para empezar, al estar en una residencia con una puerta abierta a la calle, en los pocos días que había estado allí, ya había vuelto a consumir, de ahí su ansiedad. Incluso al tomarse la merienda temblaba, derramó algo de leche y le costó quitarle el papel a las magdalenas. 

E era madre. Tenia dos hijos. De hecho, eran el único motivo por el cual aquella pobre mujer aun podia sonreír. En aquellos momentos en los que se encontraba bien y era consciente de su realidad, había manifestado encontrarse feliz por saber que sus hijos estaban con una buena familia que les podía sacar adelante, algo que ella nunca iba a poder hacer. 

Por la noche, volví a casa, y no volví a saber nada de E. Si había llegado bien al centro, si había logrado mejorar algo, si había vuelto a cometer algún delito. No supe nada mas. Pero el poco tiempo que estuve con ella me hizo pensar mucho. 

Cuando vemos la televisión, las personas que salen, que son juzgadas y condenadas, suelen ser personas que han cometido delitos muy graves, personas a las que consideramos el gran mal de nuestra sociedad, no dudamos ni un segundo en juzgarles nosotros mismos y en desearles una vida llena de dolor y desgracias por haber causado tantos daños.

Pero no siempre quien entra en la cárcel es así. Como E, hay muchas personas que entran porque no ser libres es la única forma que tienen de seguir vivos. Hay personas con mucha historia detrás. Sin quitarles la responsabilidad que tenemos todos sobre nuestros propios actos, ya que siempre se puede actuar de otra manera, estas personas han vivido unas determinadas circunstancias que les han podido empujar a hacer determinadas acciones. 

Y os aseguro una cosa. No se ve con los mismos ojos a la persona que entra en la cárcel por el motivo que sea, que a la persona que sale, prácticamente moribunda, que no va nadie a decirle adiós por última vez, y cuya suerte no va mas allá de conseguir una cama en una residencia en la cual poder morir dignamente. 
No justifico, porque es injustificable totalmente, a aquellas personas que han cometido homicidio o asesinato, o que han violado, o han cometido cualquier delito de gravedad considerable. Hablo sobre todo de aquellas personas que cumplen condena por delitos menos graves, pero que su condena les lleva a un fin de enfermedad, marginación y exclusión. 

Si hay algo que me llevo de aquel sitio es el que me haya hecho ver las cosas desde otro punto de vista. Si tienes corazón, por muy realista que seas, por muy a favor que estés de que, si alguien mata o viola, debe pagarlo de por vida perdiendo su libertad, por muy racional que seas y no te dejes llevar fácilmente por tus emociones, sitios así te hacen pensar. Dejar de ver al ladrón para ver al enfermo, afecta a cualquiera. 

No quiero que nadie cambie de opinión. No pretendo que, de repente, os posicionéis todos/as en contra del endurecimiento de las penas. Pero si que quiero que, cuando paséis junto a una cárcel, penséis que allí dentro no solo viven asesinos, violadores y otros muchos grandes delincuentes. También viven personas como E, para las cuales, esas rejas, no son una barrera que les impide disfrutar de la libertad, sino un escudo que les protege de la muerte en vida. 

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