martes, 24 de julio de 2012

De naturaleza intolerante

Tratamos de vivir en un mundo cuya educación se base en valores. Paz, fraternidad, convivencia. Tolerancia. Saber aceptar al vecino tal y como es forma uno de los pilares para poder coexistir con una mínima armonía. Buscamos ser tolerantes, y rechazamos aquellas formas mas violentas e irracionales de intolerancia. 

Pero de alguna forma, no tolerar determinadas conductas nos vuelve intolerantes a nosotros mismos, aunque lo hayamos hecho en nombre de la tolerancia. Se crea así una gran paradoja: por tolerantes, nos volvemos intolerantes. 

Sería una locura afirmar que no se debe buscar la tolerancia. El mundo se convertiría en una guerra absoluta imposible de resolver. Pero quizá no habría que rechazar del todo la intolerancia. La tolerancia nos ayuda a convivir, pero al mismo tiempo, cierto punto de intolerancia nos puede servir de filtro. La intolerancia nos sirve para saber que está bien y qué está mal. 

Pero hay que saber equilibrar una cosa con la otra. La intolerancia debe servirnos para rechazar aquello que nos destruya. Aunque resulta complicado saber exactamente qué debemos rechazar. Cada ser humano de este mundo crece dentro de una cultura determinada con ideales específicos. 

Lo que es evidente es que somos intolerantes por naturaleza, por mucho que nos las demos de progresistas y modernos, siempre hay algo que, bajo ningún concepto, toleramos. La intolerancia va unida a la humanidad. La tolerancia parece que necesite ser aprendida y adquirida, requiere de un mayor esfuerzo. 

Los prejuicios. Algo que también rechazamos, algo que nos resulta intolerable. Pero son inevitables. Todos mantenemos prejuicios sobre las personas que nos rodean. No hay ser humano sobre la faz de la tierra que pueda decir sin mentir que acepta a todo el mundo. Todos, absolutamente todos, prejuzgamos a las personas antes de conocerlas. 

A diferencia de la intolerancia, con los prejuicios se debería de trabajar mas a fondo. La intolerancia puede servirnos para bien si sabemos utilizarla, puede ser como una barrera ética que nos permita saber que es lo correcto y que no. Pero en el caso de los prejuicios, podemos hacer pagar justos por pecadores. Un ejemplo: en nuestra sociedad no vamos a tolerar los asesinatos, pero no podemos determinar que la persona que pasa por nuestro lado es un posible asesino solo por su aspecto exterior, sin conocerle de nada. 

Claro está que, en el momento que sepamos que alguien ha hecho algo realmente intolerable, no vamos a mirarle con los mismos ojos. Pero en este caso, en este momento en el cual ya conocemos como es realmente esa persona, ya no deberíamos de hablar de prejuicios hacia ella, ya que juzgamos tras conocer lo sucedido. 

En nuestra sociedad, con nuestra forma de educar, metemos la intolerancia y los prejuicios en el mismo saco, no debemos ser ni intolerantes ni prejuzgar a los demás. Pero la intolerancia usada con inteligencia, puede resultar positiva. Algo que no ocurre con los prejuicios, los cuales, pueden llevarnos mas hacia el error que hacia el acierto. 

Además, son conceptos intrínseca e inevitablemente unidos. La tolerancia hacia el bien nos hace ser intolerantes con el mal. Y ser intolerables con el mal, nos hace lanzar juicios demasiado tempranos hacia aquellas personas que sentimos que realizan dichos actos intolerables, aunque no sea el caso a fin de cuentas. 

Qué complicada se vuelve entonces la educación en valores. ¿Cómo decides que deben tolerar tus hijos y qué no? ¿Cómo los educas, a continuación, para que, pese a que reconozcan aquello intolerable, no adjudiquen unas determinadas características a las personas que ven día a día y las prejuzguen? 

Pero eliminar totalmente el prejuicio quizá sea un riesgo enorme a correr. Quizá si nunca prejuzgamos, quizá si empezamos a considerar que todo el mundo puede ser buena gente, nos acaben dando gato por liebre. Entonces, quizá ande yo equivocada. Puede que incluso los prejuicios tengan algo de bueno. Pero habría que hacer lo mismo que con la intolerancia. El truco está en el equilibrio, saber hasta donde debemos desconfiar del vecino. 

Que complicada se vuelve la educación en valores. Tan ideal y buscada como difícil de conseguir. Unas cosas llevan a otras, de lo bueno pasamos a lo malo, de lo positivo a lo negativo. Quizá por ello nos resulte tan complicado crear ese mundo ideal con el que todos soñamos, porque sin el bien no existiría el mal y cada ser humano recibe una idea diferente sobre la bondad y la maldad. Será quizá por eso que, cuando buscamos la paz, acabamos sometidos en mil y una guerras. Quizá, nuestra paz, para otros sea la guerra. Quizá la paz solo se pueda dar en microespacios al alcance de aquellos que compartan las mismas ideas y la misma forma de educación. 

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