martes, 22 de noviembre de 2011

Aprendiendo de los niños





El pasado domingo fue el Día de la Infancia. Me encantan los niños, me vuelven loca, me encantaría tener varios en un futuro. Pero cierto es que no se me han dado demasiado bien nunca. Siempre he querido hacerles reír e incitarles a jugar, pero no he tenido esa habilidad o punto de gracia para conseguirlo.    

Así que mis prácticas de la carrera en un fundación que trabajaba con mujeres y sus niños me ha servido para aprender bastante a tratarlos. Desde el desayuno hasta el mediodía y una tarde a la semana, estaba con ellos siempre que podía. Incluso si me podía escaquear de otras tareas (nunca de las entrevistas con mi tutora, que por supuesto me encantaban ya que son la base de mi profesión), iba directa a la guardería.

Y desde luego que aprendí. Y no solo a tratarlos, aunque en ese aspecto no me vendría mal seguir entrenándome. Aprendí mucho de ellos. Nos pensamos que por ser adultos somos los únicos que podemos aportarles algo, impidiendo que el aprendizaje sea reciproco.Y ellos, con su sencillez e inocencia tienen mucho que ofrecernos.

Una de las cosas que quizás mas me fascinaron era que, pese a ser una guardería en la cual cada uno procedía de un país, tenia un tono de piel distinto y las diferencias entre ellos eran mas que notables ante nuestros ojos, ellos jugaban sin notar diferencia alguna. Nunca oí pregunta alguna de por qué el otro tenia esta característica o esta otra. Incluso yo, en mi silla de ruedas, para ellos era una mas. Para los pequeños, mi silla de ruedas era como un gran juguete, en el cual habían ruedas que giraban y piezas en las que subirse para luego saltar.

Recuerdo un hecho que me llamó especialmente la atención.  Para que los niños no se fueran corriendo ante cualquier descuido de las educadoras, se ponía un sofá atravesando la sala. Para poder entrar, a mí me lo apartaban. Una mañana fui a ver como estaban, aunque no me tocaba guardería ese día. Una de las niñas, de unos 2 años, empezó a empujar el sofá. Yo pensaba que intentaba salir. Pero cuando ya lo había apartado todo prácticamente, se metió hacia dentro, me miró y me dijo:

Ya está 

La pequeña en ningún momento pretendía escaparse. Había aprendido que para poder entrar a jugar con ellos, el sofá se tenia que apartar. Y eso fue lo que hizo. Ella sola, poco a poco, lo apartó para que jugara con ellos.

Otro momento que recuerdo con cariño fue un día que fui a jugar con ellos antes de empezar a trabajar, mientras las madres desayunaban. Cuando ya era la hora de ponerse manos a la obra, me fui dirección a la puerta. Un niño se puso delante de mi y dijo:

No te vayas... 

Fui como oír un "te quiero". A su manera, me estaba diciendo que quería seguir jugando conmigo, que estaba                                                            pasándoselo bien y no quería que la diversión se acabara ahí. Era imposible decirle que no. Así que me hice la remolona y me quedé un rato mas a jugar con él.

También me enseñaron que a veces un gesto no necesita ser acompañado por palabras. Otra de las niñas tenia grandes necesidades a nivel emocional. Su carita de miedo al entrar cada mañana nos partía el alma a todos. Era muy abierta, pero cuando venían desconocidos se tornaba la mas vergonzosa. Cuando se encontraba mal, cuando estaba asustada, cuando se sentía molesta ante la presencia de extraños, automáticamente reclamaba un abrazo. Conmigo ya había aprendido donde poner pies y manos para ir escalándome hasta estar encima mía, abrazándola. No decía nada, no expresaba sus sentimientos, no tenia palabras para poder decirlo por su corta edad. Pero buscar un gesto de cariño en las educadoras lo decía todo.

Y lo que mas aprendí, que querer es poder. Al ser una guardería, los niños que habían alli podían tener incluso menos de un año. Uno de los bebés presentaba mucho problemas. Por simple desconocimiento, la madre no le había estimulado desde su nacimiento y mostraba mucha rigidez. Además, el niño odiaba estar boca abajo y que le obligaran a aprender a gatear. Una de mis compañeras, educadora infantil, es una amante de la psicomotricidad. Durante todas las prácticas nos inculcó la importancia de ejercitar a los niños desde su nacimiento, adecuando cada ejercicio a la edad del niño, pero trabajando con él siempre. Así que cuando llegó, se propuso que gateara. El niño estuvo semanas boca abajo, negándose a gatear. Pero al final lo hizo. Y lo hacia extraordinariamente bien, tal y como apuntan todos los libros sobre psicomotricidad y tal y como recomiendan todos los expertos. Y aun llegó mas lejos. Luego empezó a ponerse de pie. Era el único que lo hacia sin agarrarse de nada. Los demás bebés necesitaban de agarrarse de algún mueble o carro (quien dice mueble o carro, dice pantalón del bebé de al lado, método poco eficaz, ya que acaban los dos en el suelo). Él, apoyando las manos en el suelo y haciendo fuerza con la espalda, se quedaba de lo mas erguido. Pasó de cero a ser un ejemplo a seguir.

De los mayores también aprendí mucho. Por el Día del Libro decidimos hacerles como una pequeña representación, en la cual yo era amiga de un pirata adicto a la lectura, y que me había mandado mensajes en botellas. Cada mensaje era un fragmento de una importante obra literaria. Se les leía y se les explicaba un poco de que iba cada obra. Pues bien, estuve a punto de cederle el pañuelo de pirata a uno de los chicos. Sabia con creces mas que yo sobre cualquier obra que le pudiera mencionar. Partí de la idea de que por proceder de países cuyos sistemas educativos son más débiles iban a saber poco sobre estas obras y casi me tienen que dar la clase de Literatura a mi. Fue una grata sorpresa que me llenó de felicidad.

En esta fundación aprendí mucho sobre como realizar mi trabajo. Pero también me fui habiendo aprendido mucho sobre las personas, sobre lo que pueden ofrecernos y lo que nos pueden llegar a sorprender. Pensamos que un colegio o un instituto nos va a resultar clase para ser alguien en la vida. Pero nos olvidamos de que, a veces, la vida puede ser la mejor de las maestras.

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