miércoles, 28 de noviembre de 2012

Vergüenza robar

"Vergüenza robar". Eso pone en su cartel. Un hombre, sobre un trozo de cartón, apoyado sobre una pared, pide limosna con un vaso de plástico del restaurante de comida rápida mas cercano. Dos metros mas adelante, otro hombre, sobre unos cartones algo mas grandes, duerme bajo una manta sucia y raída. Y así toda la avenida. Y la siguiente. Y la otra. 

Bienvenidos al centro, a la zona rica de la ciudad, donde los pobres se cuentan por decenas. Y donde la gente pasa frente a ellos, sin mostrar un mínimo de compasión. Incluso parecen huir de la escena. Es demasiado doloroso como para mirar. Resulta mas atractivo un escaparate con bolsos de cientos de euros. 

Nadie se para a observarles. Resultaría demasiado vergonzante. Consentir que nuestro sistema deje que montones de personas vivan en las calles, con el frío que hace. No. Mejor dejar eso de la vergüenza para los pobres. Si, son ellos lo que viven avergonzados. Tras sus cartones escritos como se ha podido o colocando sus rostros sobre sus rodillas, suplican alimento. Vergüenza robar. Vergüenza pedir. ¿Cuando se convirtió en delito pasar hambre? Vergüenza debería darnos a los demás ser ajenos a su dolor. 

Mas atrás, un hombre de avanzada edad tropieza y cae. Ocurre ante una iglesia. Nadie para a ayudarle. El hombre, sujetándose de los escalones que dan al edificio,trata de incorporarse. Finalmente, una mujer conocida se da cuenta y acude en su ayuda. 

¿En qué clase de sociedad, de mundo, vivimos? ¿Tanto cuesta ayudar a quienes nos necesitan? Nos las damos de generosos comprando las tarjetas de tal ONG, colaborando con el calendario solidario de esta otra asociación, vamos a nuestros respectivos templos religiosos. Y luego, un hombre cae y nadie le ayuda. Un hombre pide y ni siquiera se le mira. 

No, si yo tengo pensado colaborar con el Tercer Mundo. ¿Tercer Mundo? Tienes el Cuarto Mundo en tu misma calle y ni se te ocurre comprar algo de comer o una manta para no pasar frío. ¿Tanto nos cuesta? Poniéndonos en posición tacaña, ¿cuánto puede costar una bebida caliente? ¿Se nos va el mes si, en un momento dado, la compramos?

Son costes que nos deberían ni valorarse. No hay precio mas caro que vivir en una sociedad que permite que un pobre hombre, padre de familia, se vea en la calle, privado de alimento, de calor, de algo que ofrecerle a sus hijos. 

No es justo. Y no solo lo digo por el hecho de que se vea pidiendo en la calle. Hablo de que además lo haga sintiendo que está haciendo algo malo. Cuando la maldad reside en el corazón del que no acude en su ayuda. Los malos somos nosotros, no ellos. 

Y estoy convencida de que, quien lea esto, momentáneamente pensará "pues es verdad". Igual que lo pensamos cuando vemos anuncios en televisión sobre África, sobre catástrofes naturales que destrozan vidas y vidas. Pero, ese sentimiento, ¿cuánto nos va a durar? 

No voy a echar mano del típico mensaje navideño, no voy a reclamar la bondad de la gente. No voy a suplicar que se les ayude. Esto ya no es una súplica, no es una petición. Esto es un auténtico reto. Reto a la gente a que, a partir de este mismo momento, deje de huir de la pobreza y comience a actuar. ¿Por qué lo llamo "reto"? Porque estoy tristemente convencida de que nadie hará nada. Nunca hacemos nada. Nadie dejará las vueltas de su compra en un bocadillo. Nadie se tomará su infusión y hará otra para quien lo necesite. Nadie utilizará su maravillosa conexión a Internet para buscar lugares donde ofrezcan ayuda para esta gente, nadie se acercará a intentar convencer a el pobre señor de la esquina a que acuda en busca de ayuda profesional, nadie llamará informando del caso. Nadie hará nada. 

Bueno señores, dentro de nada, Navidad. Y por si a alguien se le olvida, ahí está el Corte Inglés haciendo el recordatorio desde mediados de Agosto, que ya estaban preparando los villancicos. Espero que el espíritu navideño inunde sus hogares. Pero el 7 de enero todo el mundo de vuelta al mundo real, ¿eh? Que no me entere yo de que la humanidad dura mas allá de esa fecha...

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Mi cuerpo, solo mío

Se victimiza tan fácilmente... Es demasiado común aquello de tomar decisiones por los demás, como si las personas afectadas por dicha decisión no tuviera poder y/o validez para decidir sobre su propio futuro. Ante los ojos de los demás, los colectivos tradicionalmente "necesitados" somos niños de colegio sin madurez ni capacidad de decisión. 

De repente, surge la cuestión de la prostitución, debate tan antiguo como la misma profesión (si es que se le puede llamar así). Unos y otros discuten sobre si se debe legalizar o no, si se debe considerar un trabajo tan digno y tan válido como ser secretario, barrendera o un pez gordo de las finanzas. 

El mundo entero se pone de acuerdo cuando hablamos de trata de personas. Resulta inadmisible para cualquiera que otra persona se crea en posesión de un cuerpo ajeno y lo obligue a todo tipo de actos inhumanos bajo amenaza incluso de muerte. 

Pero, ¿y si no hay tal obligación? ¿Puede darse el caso de que haya personas (no solo mujeres, también existe la prostitución masculina) que ejerzan la prostitución libremente? ¿O por el hecho de que haya una mayoría de mujeres obligadas, ya no existen las mujeres libres?

Existen colectivos que defienden ambas posturas. Muchos inciden en el hecho de que tener que ganar dinero a costa de su cuerpo es un ataque directo a la libertad de la mujer. Defienden que hay formas mucho mas dignas de sobrevivir en este pobre mundo. Pero por otro lado, existen quienes defienden lo contrario. Conciben el sistema laboral como una prisión que las obliga a permanecer entre cuatro paredes para acabar ganando aquello que otros especifican en un contrato, en lugar de ser ellas quienes puedan decidir sus propias condiciones. 

¿A quién hacemos caso? ¿A quienes apuestan por la legalización o a quienes luchan por la abolición? Se decida lo que se decida, lo curioso del caso es que rara vez se hace escuchando a las propias afectadas. 

En cierto punto del debate, surge un matiz curioso. Una voz a lo lejos dice: "En su casa, que hagan lo que quieran, pero yo voy a luchar por el cierre de los clubs nocturnos y por que dejen de estar en las calles". ¿Es ese el kit de la cuestión? ¿Deja de verlas? Puede que lo que le moleste al mundo no sea que se esté abusando del cuerpo de la mujer, sino que se hace a vista de todo el mundo. En cuyo caso, ciertas opiniones podrían tornarse un tanto hipócritas...

Es que, claro, con niños delante...En una sociedad que escasea cada vez mas de valores, los padres andan (relativamente) cada vez mas preocupados sobre lo que aparece ante los ojos de sus pequeños. Pero me llama la atención que les resulte tan escandaloso que conozcan como es físicamente el cuerpo humano. Ya sé que esto no es una inocente clase de Ciencias Naturales. Lo que quiero decir es que, no es que les resulte impactante que su hijo conozca desde bien pequeño la crueldad de la raza humana, que se cree con derecho a hacer su santa voluntad con el vecino o la vecina. Les resulta traumático para ese niño ver el cuerpo desnudo de esa mujer. 

El debate queda abierto, siempre lo estará. Las opiniones están demasiado encontradas como para llegar a un punto común. Y como no son las protagonistas las que deciden, nunca llegaremos a la solución del problema. Quizá llegue un gobierno que imponga una medida u otra, pero esta medida, ¿cuánto durará? ¿una legislatura? ¿dos? Rojo o azul, solo ellos lo decidirán...


viernes, 16 de noviembre de 2012

GRANDES PRINCESAS DE LA HISTORIA: Isadora Duncan


En el nicho Nº 6921 de Père Lachaise (el cementerio parisino de María Callas, Oscar Wilde, Jim Morrison y otros tantos) están los restos de Isadora Duncan, bajo techo y encima de otro nicho. En este último sólo se lee “Dieu est lumière” (Dios es luz), en dorado, junto a una pequeña cruz del mismo color. En la placa de ella dice: “DORA GRAY DUNCAN, 12 de abril de 1922”. 

El asunto es doblemente irónico. Por un lado, Isadora odiaba la idea misma de Dios: su madre, atea militante, le inculcó desde niña que éste no existía y ella, si es que creía en divinidades, tenía en su espíritu las de la Antigua Grecia. Por otra parte, la fecha de su insólita muerte no sólo no coincide con la que figura en la placa: es cinco años posterior. Pero de ironías la vida de Isadora tuvo bastante, y esta última sólo tiene la dudosa gracia de ser postmortem.
 
La vida de la bailarina más aclamada y acontecida, pionera de la danza moderna, tuvo el signo de la intensidad. 

Se ha dicho que Isadora Duncan bailó apenas aprendió a caminar. Y ella misma cuenta que su primer recuerdo es de cuando la lanzaban a través de una ventana durante un incendio. Estas anécdotas, queda claro, alimentan tanto su historia como su leyenda. Y, como dice su biógrafo Peter Kurth, “los hechos no eran preocupación de Isadora”. Tanto así, que se pueden tomar dos o tres biografías distintas y encontrar absoluta divergencia en datos vitales. 

En todo caso, es más o menos claro que el 26 de mayo de 1877 nació en San Francisco la más pequeña de los cuatro hijos de Joseph Charles Duncan y Mary Dora Gray. La madre descendía de irlandeses. El padre, según Kurth, era un nativo de Filadelfia que recorrió medio país hasta instalarse en California. Cinco días antes del bautizo de Isadora, el banco que Charles Duncan había fundado se vino al suelo y la familia también. Por entonces, la pareja estaba prácticamente separada, pero el divorció se concretó sólo tres años después, cuando Mary descubrió cartas perfumadas entre su esposo y una rica heredera, que incluían planes de escape.

A través de su madre, que de golpe se hizo cargo de cuatro niños a quienes condujo a Oakland, Isadora aprendió a aborrecer la institución matrimonial. Odiaba, además, la escuela y cada vez que sonaba la campaña, partía corriendo a la playa. “De la contemplación de las olas”, escribió más tarde, “me vino la primera idea de la danza. Trataba de seguir su movimiento y de bailar a su ritmo”. 

La pequeña renueva el baile sin haberlo aprendido jamás, y quiere compartir ese interés con los demás. Se corre la voz e Isadora se llena de alumnos. 

A los 12 años, deja la escuela para consagrarse a sus alumnos, que empiezan a dejar algo de dinero. Su enseñanza, que pasa por innovadora, llega pronto a oídos de la gente más rica y snob de San Francisco. Su madre la inscribe en una academia de danza clásica, pero ella aborrece un esquema que considera desprovisto de alma.
“Nada de andar sobre la punta de los pies ¡Va contra la naturaleza!”. Isadora no tiene método y nunca lo tendrá. Reconoce sólo una escuela: la naturaleza. Y sólo un maestro: Terpsícore, la musa de la danza, hija de Zeus y Mnemosine.

Formada junto a sus hermanos en un mundo de música, libros e histrionismo, que desprecia cualquier sentido del orden o la disciplina, descubre que la familia entera puede ser una pequeña compañía. Los cinco se lo toman en serio, alquilan un cobertizo y organizan presentaciones, cuyo éxito los lleva a ser contratados para una gira por la Costa Oeste. El momento ha llegado, piensa Isadora, para dar el salto.

La familia llega en 1895 a Nueva York, donde vuelve a ser acosada por el fantasma de la pobreza. Un empresario teatral ofrece a Isadora un pequeño papel de mimo. “Pero señor, yo soy bailarina. He recuperado la danza de los antiguos griegos”, responde ella. “Da lo mismo, le daré 15 dólares a la semana”. Mordiendo su impotencia, incursiona en un género que le parece falso y ridículo. Algo semejante le ocurre cuando el mismo empresario le consigue un papel de hada en Sueño de una Noche de Verano. Con este rol, sin embargo, inicia una gira cuyo éxito conduce a nuevos contratos y a ser finalmente “descubierta” por el músico Ethelbert Nevin. 

La suerte empezaba a sonreírle, pero todo parecía muy frágil. En Chicago tuvo un par de encuentros con Ivan Mirovski, pianista de origen polaco. Cuando se separaron por última vez, Ivan le dijo que iría a buscarla y que se casarían. Pasó el tiempo y él no llegó. Ella supo más tarde que el pianista llevaba tres años casado en Inglaterra.

Gracias a las loas de Nevin, por otro lado, Isadora se abre camino en la alta sociedad neoyorquina. La ciudad saludó a una nueva estrella que, al decir de un periodista de San Francisco, combinaba la “sabiduría milenaria con la simple inocencia de las ovejas que pastan en las colinas atenienses”. Sin embargo, Duncan era una moda, que además pasó muy rápido. Mientras los bolsillos familiares quedaban nuevamente vacíos, Isadora soñaba con Europa. 

Ignorada por la gente del teatro e incomprendida –según ella- por los ciudadanos de a pie, ¿a quién le importaban sus preocupaciones estéticas? “Ya no cree en Norteamérica”, escribe su biógrafo Maurice Lever. “En Europa y no en otra parte podrá suscitar vocaciones y realizar su sueño de formar a jóvenes discípulos”. Llegan a Londres con lo puesto. Una noche, sin más público que sus propias sombras, fueron observados en acción por Mrs. Patrick Campbell, la gran diva de las tablas londinenses. Ella actuó para ellos, ellos bailaron para ella, y al final todos lloraron.

La capital inglesa, donde la realeza le rindió honores, fue la primera escala. En 1900 se instaló en el barrio latino de París, ciudad que la aclamó. Más tarde llegaría a Berlín, donde Isadora recibe una lluvia de flores. Además, su ideal romántico/helénico coincidía con extendidas tradiciones alemanas. 

La familia, finalmente, llegó hasta las colinas de Atenas. Isadora reunió un grupo de niños a los que enseñó bailes bizantinos, coros y canciones. La familia completa, en tanto, salía a bailar de aldea en aldea. La gente los llamó locos y ellos quedaron, nuevamente, sin un centavo. El próximo destino fue Viena. El éxito volvió a Isadora, pero acompañado del extraño sentimiento de necesitar un compañero. Y así fue como conoció al glamoroso director Gordon Craig, una de las grandes figuras de las tablas inglesas. No hubo matrimonio, pero fue un amor real para Isadora, que pronto dio a luz a su hija Deirdre. 

En medio de un frenético calendario, volvió a EE.UU. Y con algo de escándalo, considerando su uso de velos transparentes. Tal polvareda se levantó, que el Presidente Teddy Roosevelt debió proclamar que Duncan le parecía “tan inocente como una niña bailando en el jardín por la mañana, recogiendo las bellas flores de su fantasía”. Esa vez la perdonan, pero no tanto cuando visita el país en 1910, donde la acusan de simpatías izquierdistas y de “insultar a los ricos”, mientras baila con su segundo hijo, Patrick, en el vientre. 

Sus hijos, por otro lado, le proporcionan una felicidad indecible, y serán ellos los protagonistas de su mayor tragedia. El 19 de abril de 1913, de vuelta en París, se dirige a un ensayo y pide a la niñera que vaya con sus hijos a Versalles. En la esquina del bulevar Bourdon el chofer que los llevaba maniobró para evitar una colisión, el motor se paró y debió salir con una manivela para ponerlo en marcha. Pero olvidó frenarlo: el auto descendió sin obstáculos hasta una orilla del Sena. La niñera y los pequeños murieron horas más tarde. 

“Lo que te dan de fama, riqueza y amor, te lo quitan con sangre y lágrimas”, escribiría más tarde Isadora. Su actitud rebelde le había hecho ganar muchas batallas, pero ahora sentía que ya nada importaba. Dejó de bailar, sin saber si volvería a hacerlo alguna vez. Pero descubrió una nueva energía gracias a su Escuela Infantil de Danza, un concepto integral de educación que echó a andar en distintas ciudades, sin gran éxito económico, pero despertando gran admiración. Igualmente, adoptó seis niños de sus escuelas, que bailarían con ella y a quienes la prensa francesa bautizó “Les Isadorables”. 

Contra todas sus promesas, terminó casándose, en 1922, con el poeta soviético Serguei Yesenin. Fue cuando visitó la URSS siendo aclamada por el gobierno cuando bailó en el Bolshoi el himno de la Internacional. Diría más tarde que se casó para que se permitiera a Yesenin salir del país. Y fue más o menos cierto: recorrieron buena parte de Europa, gastando y bebiendo mucho. Sobre todo el poeta, acosado por la nostalgia, ignorante de cualquier idioma que no fuera el ruso y harto de que lo llamaran “el joven marido de”. En EE.UU. fue peor: la pésima calidad del licor de contrabando hizo estragos en la salud de él y las coreografías de ella. En Boston, además, se permite declarar que expone su cuerpo como relicario para el culto de la belleza. Y agrega que “los puritanos de Boston están esterilizando a todo el país”. Por si faltara más polémica, homenajea repetidamente al gobierno bolchevique. 

No volvería a EE.UU. Tras un tormentoso divorcio, se instala en Niza, frecuentada por amigos como Cocteau y Picasso, que presencian los espectáculos que monta en un improvisado taller. Como siempre, vive al día, ayudada por amigos y con sus pies no muy pegados a la tierra. La prensa le crítica “roscas adiposas” en su cintura, pero ella se siente vital y energética. Tiene varias conquistas y la última resultará fatal. 
En Marsella, llama su atención un joven de 22 años. No sabe su nombre, pero lo llama “Bugatti”, porque maneja un auto de esa marca, para la cual él, además, trabaja. A las siete de la tarde del 14 de septiembre de 1927, “Bugatti” pasó a buscarla en su Bugatti. Ella llevaba un inmenso pañuelo de seda iridiscente. Al tomar velocidad el auto, parte del pañuelo se enganchó en la rueda trasera. Bastaron segundos para que saliera impulsada a la calle y muriera desnucada. 

Se ha escrito que sus últimas palabras fueron, “Adiós, amigos. ¡Voy hacia la gloria!”. Desde luego, nadie esperaba menos de Isadora Duncan.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tropezando sobre la misma piedra

Huelga, palabra que define el día de hoy. Montones de personas manifestándose, cargas policiales, piquetes. Una lucha por los derechos mas fundamentales que comienza de forma pacífica pero se va tornando violenta. 

La semana pasada, mi campus universitario dio que hablar. Una detención de un alumno simplemente por estar grabando enfrentamientos y varios jóvenes tratando de evitar que la gente evitara acudir a sus clases. 

Una de las mayores quejas de la población mas joven es la obediencia ciega a la autoridad. Nos mandan y obedecemos. Y si alguien se atreve a protestar, aparecen fuerzas del orden para hacerles callar. 

Aunque me parece totalmente injustificable, inaceptable, inhumano y dañino que nuestros policías carguen así sobre nuestras gentes, hoy no quiero centrar mi discurso en ellos. No quiero convertir esto en una película de buenos y malos, donde unos tienen completa razón y los otros solo pretenden hacer el mal allá donde van. 

Hoy quiero centrarme en los jóvenes manifestantes que forman piquetes en cada huelga que se organiza. Entiendo y comparto la intención de todos ellos. Tan solo intentar cambiar un mundo que es evidente que funciona mal y cada vez peor. No pretenden nada malo, pero últimamente fallan totalmente las formas. 

Cada vez oigo mas aquellos de utilizar comportamientos violentos contra gente que decide no secundar las huelgas. Actúan de forma agresiva ante el ejercicio de un derecho de otras personas. Puede que no lo haya entendido muy bien pero, ¿una de nuestras quejas no es que nos están arrebatando derechos? Entonces, ¿por qué actuamos de esa forma? 

Cuando alguien obliga a otro a no seguir una huelga, inconscientemente (ojo, no estoy tratando de insultar a nadie) estamos cayendo en el error en el que caen nuestros peces gordos de las altas esferas. Estamos convirtiendo un derecho en una obligación. La huelga, si se quiere, se hace, se tiene todo el derecho del mundo a hacerla. Pero si no se desea, yo, ciudadano libre, tengo derecho también a seguir con mi día a día. 

Pienso que confundir derecho y obligación no hace mas que desacreditar ese mundo plural que pretendemos crear y que acepta todo tipo de opiniones. No puedo luchar por conseguir que se escuche mi voz y luego no escuchar voces ajenas. 

La violencia, la imposición, no lleva a ninguna parte. Claro que se puede hacer algo. Vamos a seguir informando sobre lo que ocurre, vamos a fomentar que la gente abra los ojos y vea lo desastroso que anda el panorama. Pero no carguemos contra ellos si, pese a todo, siguen sin ver el mundo como lo vemos nosotros. 

Desacreditamos un mundo plural, pero también nos desacreditamos a nosotros mismos, individualmente y como colectivo. Suena a típico tópico, pero el futuro está en manos de la gente joven. Y hay medios de comunicación que solo quieren vender. No les demos pie a ello. La juventud de hoy en día somos gente comprometida, implicada, interesada en los debates políticos que nos afectan directamente. La inmensa mayoría no somos violentos, ni agresivos, ni nos dedicamos a imponer nuestra opinión y voluntad. Pero basta que lo hagan cuatro para que sea eso lo que se vea. Dejamos de ser jóvenes luchadores para pasar a ser vándalos en potencia. Podemos calar mas hondo con buenas acciones y claros mensajes que actuando agresivamente. 

Cuidado, no estoy hablando de dejar que me peguen y poner la otra mejilla. Pero existen grandísimas diferencias entre actuar en defensa propia al sentir que se nos amenaza, y, directamente, como no me parece bien tu actitud, te impongo que no seas así. 

Hablando de imponer. Si yo ahora te impongo a ti una serie de acciones porque me parecen mejores aunque no estés de acuerdo, ¿no sería esto una forma de autoridad? Nos quejamos cuando se comportan de forma autoritaria con nosotros, pero cuando nosotros somos los que ejercemos excesiva autoridad, ¿qué? 

La autoridad no viste de uniforme. La autoridad no es, ni mas ni menos, que una actitud. Actitud que podemos ejercer cualquiera. Actitud que, rara vez y según como se ejerza, gusta a la gente. Actitud que ejercen ellos pero nosotros también. Y si yo lucho contra una forma de autoridad que me impone vivir como no quiero, es una paradoja imponer que otros vivan, actúen, piensen o digan lo que no desean ni sienten. 

Si queremos cambiar lo de fuera, examinemos como somos nosotros por dentro. Actuemos de forma sensata. No olvidemos que la mejor vía siempre es el camino pacífico. Ya que vamos a hacer historia, vamos a ser de esa historia de la que sentirnos orgullosos y orgullosas. No creemos el típico capítulo que sirva en el futuro como ejemplo a no seguir. 

viernes, 9 de noviembre de 2012

GRANDES PRINCESAS DE LA HISTORIA: Irena Sendler


Cuando Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia el cual llevaba los comedores comunitarios de la ciudad.
 Allí trabajó incansablemente para aliviar el sufrimiento de miles de personas tanto judías como católicas. Gracias a ella, estos comedores no sólo proporcionaban comida para huérfanos, ancianos y pobres sino que además entregaban ropa, medicinas y dinero.

En 1942 los nazis crearon un gueto en Varsovia, e Irena, horrorizada por las condiciones en que se vivía allí, se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos, Zegota. Ella misma lo cuenta: "Conseguí, para mí y mi compañera Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde tuve éxito en conseguir pases para otras colaboradoras. Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controláramos el recinto."

Cuando Irena caminaba por las calles del gueto, llevaba un brazalete con la estrella de David, como signo de solidaridad y para no llamar la atención sobre sí misma. Pronto se puso en contacto con familias a las que ofreció llevar a sus hijos fuera del gueto. Pero no les podía dar garantías de éxito. Lo único seguro era que los niños morirían si permanecían en él. Muchas madres y abuelas eran reticentes a entregar a sus niños, algo absolutamente comprensible pero que resultó fatal para ellos. Algunas veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar hacerles cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados al tren que los conduciría a los campos de la muerte.

A lo largo de un año y medio, hasta la evacuación del gueto en el verano de 1942, consiguió rescatar a más de 2.500 niños por distintos caminos: comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo tipo de subterfugios que sirvieran para esconderlos: sacos, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, bolsas de patatas, ataúdes... en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape.

Irena quería que un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias personales y sus familias. Entonces ideó un archivo en el que registraba los nombres de los niños y sus nuevas identidades.

Los nazis supieron de sus actividades. El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la infame prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. En un colchón de paja encontró una estampa de Jesús Misericordioso con la leyenda: “Jesús, en vos confío”, que conservó consigo hasta el año 1979, momento en que se la obsequió a Juan Pablo II.

Ella era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos. Soportó la tortura y se negó a traicionar a sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos. Fue sentenciada a muerte. Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán se la llevó para un "interrogatorio adicional". Al salir, le gritó en polaco "¡Corra!". Al día siguiente halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Los miembros de Zegota habían logrado detener la ejecución sobornando a los alemanes, e Irena continuó trabajando con una identidad falsa.

En 1944, durante el Levantamiento de Varsovia, colocó sus listas en dos frascos de vidrio y los enterró en el jardín de su vecina para asegurarse de que llegarían a las manos indicadas si ella moría. Al finalizar la guerra, Irena misma los desenterró y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el primer presidente del Comité de salvamento de los judíos sobrevivientes. Lamentablemente la mayor parte de las familias de los niños había muerto en los campos de concentración nazis. En un principio los chicos que no tenían una familia adoptiva fueron cuidados en diferentes orfanatos y poco a poco se los envió a Palestina.

Los niños sólo conocían a Irena por su nombre clave "Jolanta". Pero años más tarde, cuando su foto salió en un periódico luego de ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra, un hombre la llamó por teléfono y le dijo: "Recuerdo su cara, usted es quien me sacó del Gueto." Y así comenzó a recibir muchos llamadas y reconocimientos.

En 1965 la organización Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las naciones y se la nombró ciudadana honoraria de Israel.

En noviembre de 2003 el presidente de la República, Aleksander Kwasniewski, le otorgó la más alta distinción civil de Polonia: la Orden del Águila Blanca. Irena fue acompañada por sus familiares y por Elzbieta Ficowska, una de las niñas salvadas, "la niña de la cuchara de plata".

En el año 2007 el gobierno de Polonia la presentó como candidata para el premio Nobel de la Paz. Esta iniciativa fue del Presidente Lech Kaczynski y contó con el apoyo oficial del Estado de Israel —a través de su primer ministro, Ehud Ólmert— y de la Organización de Supervivientes del Holocausto residentes en Israel. Las autoridades de Oświęcim (Auschwitz en alemán) expresaron su apoyo a esta candidatura, ya que consideraron que Irena Sendler fue uno de los últimos héroes vivos de su generación, y que demostró una fuerza, una convicción y un valor extraordinarios frente a un mal de una naturaleza extraordinaria. Finalmente el galardón fue concedido al ex vicepresidente de los EE. UU., Al Gore.

Falleció en Varsovia (Polonia), el 12 de mayo de 2008 a los 98 años de edad.